dijous, 28 de febrer del 2019

Cuatro pinceladas.

Éstas han sido, bajo mi punto de vista, los cuatro palos de la baraja:

Rúbrica, como el as de corazones. Si os soy franca (tranquila, mamá, que no pienso votar a Vox), durante esta asignatura fue la primera vez que escuché esta palabra en mi vida. O, por lo menos, que yo recuerde. Además, mi cabeza entendió algo así como una mezcla entre Rubik y Rubens. ¿Cubo? ¿Barroco? ¿Juego de pintura? (Ojalá, aunque mejor no decir qué rostro está pintado en la diana.) Hasta que llegó el debate, y comprendí que sí, en ciertas ocasiones puede ser una herramienta de gran ayuda para el docente, incluso para el propio alumno si participa de forma comprometida y abierta en su adquisición y mejora de conocimientos. Pero no todas las situaciones son válidas para todas las realidades, ni se debe intentar vender un único modelo como fiable e indiscutible si no contempla todas las perspectivas y características de la docencia y sus variantes.

Andamiaje, como el as de oros. Pasamos del recreo a la obra. La cosa va cogiendo forma poco a poco. De la infancia a la adolescencia. Se abre una puerta y, asomando la cabeza, aparece Vygotsky. Y echas la vista atrás, tanto en todos estos años como estudiante como en las ocasiones en las que te has visto a ti misma tras el otro lado de la mesa en el aula, y te cercioras de que el conocimiento debe ir de a cuatro manos, interviniendo solamente el docente para hacer crecer el carisma, interés y curiosidad del alumno que no sabe si es capaz de hacerlo por sí solo, pero termina aprendiendo que sí. Pero es difícil hacer las veces de docente, saber cuándo has de intervenir, hasta qué punto, cuándo no es necesario. Siempre la duda presente.

Debate, como el as de espadas. Si llegan a decirme antes de empezar el máster que íbamos a agruparnos en tantísimas ocasiones a lo largo de las clases y las asignaturas puede que no me lo creyera. Y para mí, que soy alguien a quien le cuesta abrirse de primeras, ha supuesto una incomodidad y un reto superado. Saber lidiar con las opiniones ajenas, construir un mismo barco en el que confluyan distintas ideas que vayan a parar al mismo sitio. Bien llevado, a veces es la mejor forma de retroalimentar la duda y, así, el conocimiento.

Aprendizaje compartido, como el as de bastos. Aunque un basto blandito, que no hiere ni tiene pretensión alguna de doler (aquello de la letra con sangre entra aquí no nos pertenece), sino todo lo contrario: pretende únicamente sumar conocimiento entre todos los que participan. Porque, al final de todo, se me antoja todo ello como una sola imagen: un tres de nou sense folre. Erguido, fuerte, que solamente duda al alzarse, pero que llega hasta el final y sin caerse.



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